¿Cómo reparar un corazón?


¿Cómo reparar un corazón?

Primero junta las piezas y date cuenta  de que cada una tiene su valor, solo hay que saber unirlas y volver a armar el rompecabezas.

Por supuesto que ésta es una metáfora, la verdad no es tan sencillo pero tampoco imposible.

Primero hay que encontrar la causa. Tratar de entender qué fue lo que te rompió el corazón: la pérdida de un familiar, la traición de un amigo, un despido injustificado o el ser amado que te dejó. La lista puede ser interminable, pero ésta última es de las más frecuentes… ¡Y esto, duele!

Ya has dado el primer paso, encontraste  la causa,  entonces vamos al paso dos, tienes que ver qué tanto de tu sufrimiento te lo está ocasionando tu amiga o enemiga la mente.

Cuando alguna de estas cosas nos ocurre, la mente no nos deja dimensionar las cosas de manera adecuada, es más, tiende a exagerar el sufrimiento, nos hunde más, dejamos que se regodee y siga poniendo el dedo en la herida.

Cuántas veces estamos llorando por el ser amado que nos abandonó y decimos,  “nadie lo va a amar como yo”, “¡éramos taaan felices!”, y ponemos música de esa que nos llega al alma. Algunos hasta le agregan unas copitas de alcohol para que se puedan desahogar mejor, nos armamos todo un escenario y nos ponemos en el centro del drama. Nos sale muy bonito  sufrir,  nos gusta que vengan, nos apapachen y se conduelan de nosotros. Obtenemos beneficios secundarios de nuestros amigos y familiares, que cuando llegan nos “soban el chipote” y nos sentimos ¡tan bien! Entonces alargamos la tristeza para seguir sintiendo aunque sea estas pequeñas muestras de cariño. Es cierto que el amor de nuestros amigos y familia reconforta, pero si esto se alarga puede ser contraproducente, ya que  podemos acostumbrarnos a estar en esa zona de confort y en lugar de ayudarnos a salir, nos volvemos dependientes e inconscientemente “tiranos” al demandar que ellos llenen  ese sentimiento de vacío.

Finalmente a nadie nos gusta estar con alguien que esté deprimido y lamentándose todo el tiempo.  No quiero decir que no duela. ¡Claro que duele! Pero todo lo que nos decimos ¿es verdad?

Viendo hacia atrás objetivamente, ni en realidad éramos taaan felices, ni éramos la pareja perfecta, ni nuestra relación era impermeable a las tempestades del tiempo. 

Puesto todo en la balanza había cosas que funcionaban y otras no.  Estas últimas habían ganado terreno e hicieron que la relación culminara. Cuando lo vemos bajo esta óptica, entra el paso tres, el más difícil pero el que más ayuda: la aceptación.

Cuando aceptamos, un peso muy grande en el pecho se nos aligera, se sigue sintiendo tristeza pero se pueden ver las cosas tal y como son, tanto errores como aciertos en la relación, sin embargo, nuestra mente va a seguir merodeando y puede hacernos creer y decirnos “yo tuve la culpa de todo” o “el otro tuvo la culpa por no valorar” y si nos situamos en el sentimiento de la culpa, solo conseguimos lastimarnos. En realidad nadie tiene la culpa, tenemos responsabilidades de las cuales hay que hacernos cargo para  aprender y  poder emplear esta experiencia en las relaciones subsecuentes, si bien nada es garantía, sí podemos ser más conscientes de lo que queremos y hacemos.

Cuando aclaramos  nuestra mente damos paso a la verdadera aceptación. Podemos darnos cuenta que la relación ya no está, cuál fue la causa y asumir lo que nos pertenece, sin culpa, perdonándonos y estar más alerta de lo que pensamos para ver si lo que sentimos es real o es sobredimensionado por nuestra mente, alejarnos de creencias falsas, volver la vista al frente, ver que la vida sigue y que lo único que nos detiene somos nosotros mismos.

No existe una fórmula para reconstruir el corazón, pero sí hay mil formas para estar mejor, recordando siempre la frase “el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”.

Hay que reconstruirnos paso a paso. Cuidarnos, aceptar, perdonar y perdonarnos, dejar los sentimientos de rencor y de culpa, darnos lo mejor interna y externamente, hacernos cada vez más conscientes de lo que hacemos y sentimos, vigilar que nuestra mente  no nos confunda y entonces atrevernos a salir de la zona de sufrimiento, disfrutar cada momento,  sonreír, respirar y dejar que el corazón vuelva a sentir. Simplemente vivir  y amar, tanto a nosotros, como a lo que nos rodea.

No se te ocurra dejar  el corazón en un cajón para que no lo lastimen, más bien, sácalo a pasear para que sienta a placer, pero de una manera más inteligente, porque no hay nada mejor que un corazón fuerte  que pueda latir al ritmo de la vida.

Por Ely



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