¿Qué sientes cuando escuchas la palabra examen?

   
Hay varios eventos en la vida del ser humano, a los que tarde o temprano todos nos enfrentamos. Y uno de esos es la etapa escolar, donde lo que más asusta son los terribles exámenes. Digo terribles porque así nos los hacen ver.

Los exámenes son un fuerte detonador emocional. Sin importar la edad que tengamos, siempre que nos enfrentamos a una evaluación nuestro cuerpo es sometido a una alteración en nuestro sistema nervioso.
Cuando iniciamos nuestra vida escolar, todo es miel sobre hojuelas, la escuela es un “club social” donde conocemos niños y niñas, hacemos nuestros primeros amigos, descubrimos nuevas texturas, colores, emociones y donde nuestra única responsabilidad es regresar los juguetes a su lugar. En esta etapa, nuestro primer examen generalmente es una clase abierta donde podemos mostrarles a nuestros padres todo lo que hemos aprendido, y la mayoría de las veces lo vemos como un juego por lo tanto, no genera ningún miedo o reacción incómoda.

La palabra examen es solo una palabra más del montón, la cual no provoca ninguna emoción. Pero, cuando llegamos a la primaria nos empezamos a dar cuenta de las muchas reacciones y emociones que puede provocar un término como éste. Y es aquí donde el papel de los padres debe entrar en acción. Los alumnos vamos relacionando este término con acciones y reacciones que llegan con el periodo de exámenes. Todos hemos tenido buenas y malas experiencias. Hay padres que ligan lo material a las buenas calificaciones, es decir, por cada diez el alumno recibe un premio, por lo general un juguete o algún paseo a un lugar de interés del niño. Por otro lado hay papás que hacen del hábito del estudio un completo y espeluznante cuento de horror, pues si el estudiante reprueba o saca una baja calificación recibe gritos, regaños, castigos e incluso golpes.  Y también están los padres que son felices con el simple hecho que sus hijos pasen el ciclo escolar sin darle mayor importancia a algún número.

¿Pero, por qué ligar los exámenes a las reacciones de los padres, cuando son los niños quienes se enfrentan a ellos?  El rol de los papás y maestros tiene una parte importante en cómo enfrentar esta situación. Como familiares, deben saber guiar a sus hijos del mejor modo, pues no podrán estar presentes al momento de contestar la prueba. Dejar claro, que las buenas calificaciones no tienen nada que ver con el amor o el tipo de relación que los hijos lleven con su mamá y su papá.  Ya que en muchas familias la relación padre hijo(a), o madre hijo(a) se ve fracturada por este tipo de situaciones. Los hijos deben tener en los padres un apoyo, y no un verdugo. Es importante crear el hábito del estudio no por miedo a los golpes, regaños o castigos de casa, sino porque el estudiante debe estar convencido que es una herramienta que forjará su futuro. Así mismo, vale la pena comentar el lado opuesto, donde el sacar buenas calificaciones es sinónimo de chantaje de ambos lados. Por ejemplo; “Má, si saco buenas calificaciones, ¿me compras el videojuego de moda?” o “Pá, si saco un diez en el examen, ¿me dejas ir a la fiesta?” o “Si sacas buenas calificaciones te compro el nuevo celular si no, no”.

Podemos argumentar que los permisos y regalos van de la mano con el desempeño escolar, pero este debe ser visto con una responsabilidad y un compromiso, no como una imposición y menos un medio para obtener lo que sea.

El fortalecimiento de la autoestima es esencial: hacerle saber a nuestros hijos que son capaces de aprender cualquier materia, que la mente no tiene límites al menos que se los pongamos y que al ejercitarla, el proceso de estudio y razonamiento se vuelven cada vez más fáciles. Esto no quiere decir que estamos exentos de cometer algún error o que habrá materias para las cuales tengamos un talento o facilidad nata. Debemos dejarles saber que somos perfectibles mas no perfectos. Así mismo hablar del factor equivocación, como un parámetro que nos muestra los puntos a mejorar y a trabajar, pero jamás hacer ver el error como algo que nos marca y señala nuestras debilidades.

Debemos estar conscientes que esta labor nada sencilla y ardua, es también responsabilidad de los maestros. Pues son ellos quienes guían a los alumnos y los introducen al mundo escolar. Prepararlos lo suficiente y darles las herramientas necesarias para que juntos, de la mano de los padres, podamos dar al mundo nuevas generaciones con mentes, almas y espíritus fortalecidos, listos para afrontar cualquier examen académico y de la vida.

Claudia Alcalá



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